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Predicción

En honor a Beata y Mine.


“La abuela murió un domingo en el que no había electricidad”

Mariana nunca pensó que aquello se tratase de una predicción, solo escribió lo que parecía el buen inicio de una historia, se le ocurrió luego de pasar la noche en vela cuidando a su abuela que yacía en cama hacía más de una semana con un virus fuerte pero pasajero, al menos eso dijeron los médicos y en casa no hubo otra alternativa más que creer.

No quería que su abuela falleciera, por supuesto que no, solo le dio rienda suelta a un presentimiento que llevaba retenido en su corazón y lo camufló como ingenio creativo, sin sospechar que aquello no era más que una trampa de su cerebro.

Nunca se sintió cercana a la muerte, porque nunca la había vivido, de hecho, pensaba que prefería morir, en lugar de, experimentar el dolor de perder para siempre a quienes amas, se pensaba capaz de asumir cualquier cosa, menos la pérdida permanente del amor, le tenía miedo a la sensación de abandono que suponía quedaba con la partida de algún ser querido.


Lo vivió en carne propia cuando aquel domingo de lluvia, el tiempo le arrebató a la más anciana de la familia, un ser que vio cada día de su vida al despertar desde los seis años y a quien acompañó hasta su último aliento, había sido su abuela, su madre y mejor amiga, una mujer vivaz, llena de dulzura, color y mucha autoridad, pero como la vida tiene sus propias formas de extinguirse, de aquel cuerpo se fue escapando de a suspiros, con el paso de los días, la gripe pasajera comenzó destilando la pasión, la fe, las carcajadas, los chistes malintencionados, la mirada de halcón, las ganas de comer, la esperanza... todo se le fue ante los ojos de una Mariana que cumplía con estricta rigurosidad las recomendaciones del médico y cuyo tiempo libre solo le había permitido escribir esa frase que, resultó ser el inicio de su vocación.

El sepelio fue un lunes extremadamente caluroso, Mariana no había podido derramar una lágrima, tampoco pasar siquiera agua por su garganta, parecía que su corazón se ubicaba en una situación de taquicardia permanente, pero todavía lo más duro no había pasado, porque Mariana no había visto descender a su abuela.

Les solicitaron reconocer el cuerpo una vez arreglado y los hermanos de crianza de Mariana la miraron con ojos suplicantes y desorbitados, cansados y empañados de llorar y recordar. Nunca se habían dirigido a ella en busca de ayuda, era la hermana independiente y silenciosa que no molestaba y por tanto, pasaba desapercibida, después de todo, la abuela hizo lo que pudo al recogerlos de la calle, ella era la que los había unido y ahora que se había ido, se lo debía, era la única que no se estaba secando en llanto.


Minutos después, Mariana salió del salón pálida asintiendo en señal de que efectivamente se trataba de su abuela, no obstante, había una imagen fijada en su cabeza que no exteriorizó, la de un cuerpo inmóvil dentro del féretro que, por al menos dos segundos, pareció mover con ímpetu los ojos como quien se encuentra en la fase REM de su sueño. En la sala de espera no se sintieron los gritos de angustia de una Mariana que suplicaba que su abuela “estaba viva”, “todo había sido un sueño”, “solo dormía”. Se partió dos uñas y perdió varios cabellos mientras exigía que le dejaran tocar a su abuela. Pero en momentos de dolor, los sentidos se nublan, así que, nadie notó las señales de lucha en su ropa o cuerpo. Podía recordar a su cuidadora diciendo mientras revolvía y probaba la sopa del almuerzo, “a los muertos no se les toca, se les deja muertos, se les llora un poco y se sigue con la vida, mija. Qué nunca se te dé por tocar un cadáver, ni siquiera el mío, yo sé por qué te lo digo

Claro que Mariana sólo se acordó de estas palabras cuando ya se encontraba afuera, junto a sus hermanos, ya había tocado y agitado el cuerpo tieso y sin vida de la mujer que más amaba, ahora sentía que ella era el frío de la muerte.

El ataúd comenzó a bajar frente a la mirada de apenas cuatro de sus hijos, a una distancia de cinco metros que hacían más desolada e inhumana la muerte.

La abuela hubiese querido que todos estuviesen allí, que el sonido de un porro rompiera los lamentos para celebrar su final, pero la tristeza y la distancia no lo permitió, acababa de estallar una pandemia, Mariana sabía que su abuela había estado contagiada, pero el acta de defunción lo negaba porque los médicos no lo notaron a tiempo y ahora todo lo que le quedaba era aquella frase escrita que la hacía sentir como la única responsable de todo.


Una semana más tarde, Mariana no había parado de tener sueños en los que se internaba en una niebla oscura, caminaba por horas como quien sabe a dónde va, lo curioso es que todas las noches avanzaba un tramo, siempre retomaba donde había quedado la noche anterior, para seguir caminando. Al despertar, el frío que sentía emanar de su cuerpo se hacía más intenso, su piel canela, expuesta constantemente a los rayos de un sol que no se esconde ni frente a la lluvia, estaba perdiendo color, no había una explicación, en el pueblo la gente comenzaba a murmurar, las señoras incluso, tomaron la iniciativa, casi inmediata, de reunirse con el cura para descargar todas sus preocupaciones. Es que nadie se explicaba como aquella jovencita que de niña había sido rescatada luego que el desplazamiento forzado le arrebatara a sus padres y su hogar, como a cientos de niños en este país que buscan un rinconcito de paz en el que esconderse. Ahora, parecía haber perdido la cordura.

Pasado el funeral de Isabel, los dieciséis hijos adoptivos de la anciana se quedaron ahí, habitando la casa que les había dejado su madre, apenas se miraban, todos habían llegado en momentos y circunstancias distintas, confiaban en ellos, sabían que se tenían, pero no habían aprendido a fraternizar. Por ello, el exceso de ropaje de Mariana bajo una sensación térmica de 38°, no causó ninguna sospecha hasta 15 días después, justo la mañana en la que había despertado de su sueño a escasos metros de una cueva, algo le decía que pronto lo significativo ocurriría, su piel era casi transparente, su espalda se había curvado por el peso de las pieles que usaba para protegerse del frío interno, harapos sin fin que se negó a quitar.

Esa noche entró a la cueva y se vio a sí misma, se despojó de sus vestiduras al reconocerse y por primera vez en ya semanas, sintió que el frío también quemaba un poco y despertó.


Mariana, no volvió a soñar, tampoco a dormir en casa, pernoctaba aquí y allá, las bancas de la plaza se transformaron en su dormitorio predilecto y siempre despertaba cerca de una tragedia, fue un domingo de agosto, en el que la vieron pasar rozando ligeramente la mejilla de un niño minutos antes que un conductor ebrio lo arroyara quitándole la vida. En ese momento, todos confirmaron sus sospechas, ahora, al igual que en muchos territorios del país, la muerte en cuerpo de mujer recorre las calles.

Los viejos dicen que sólo puedes verla si a alguien perderás, ten presente que, si sientes que una ráfaga helada te acaricia el rostro, quizá seas el siguiente.


ree


2 comentarios


Amalia Alvarino
Amalia Alvarino
29 ene 2022

Me gustó mucho.

Te felicito.

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Elizabeth Ch. A.
Elizabeth Ch. A.
18 mar 2022
Contestando a

Gracias 💜

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