DESEO DE CUMPLEAÑOS
- Elizabeth Ch. A.

- 25 ene 2022
- 3 Min. de lectura
Maleja contaba con emoción los días que faltaban para su cumpleaños, por esa razón, una tarde en la que todos en casa se ocupaban de sí mismos, tomó veinte piedrecitas del florero que adorna la sala con tulipanes artificiales, un préstamo inocente que le permitiría calcular los días que faltaban para el más esperado de los acontecimientos.
Desde el primero de abril, cual ritual sagrado, se escabullía en el espacio de tiempo que ocupaban sus padres en reprender a sus dos hermanas adolescentes, justo después de la cena, antes de la rutina de limpieza dental y el beso de buenas noches, corría hasta el rincón menos visitado del patio de casa y retiraba un piedrecita contando las que quedaban con una sonrisa imborrable en su pequeño rostro.
Para Maleja, cumplir los primeros seis años era un suceso que merecía gran rimbombancia, porque al fin dejaría de ser un bebé, como la llamaban sus vecinas, las mismas que se negaban a jugar con ella, a las que observaba con anhelo cada tarde en la distancia mientras imaginaba ser parte de aquel club; tardes de muñecas, reuniones de té, quizá ellas conocían el significado de palabras que sus padres y hermanas usaban y aún no era capaz de entender.
Tenía todo preparado para su tránsito a la madurez, había logrado que papá le prestara la tarjeta mágica a mamá para comprar ropa nueva, y así, darle fin a la oscura época de los vestidos, también había tomado prestado del tocador de su hermana un brillo labial con aroma a durazno que guardaba bajo la almohada como si se tratase de un amuleto mágico, ahorró por meses el billete semanal que papá le regalaba para dulces y con ello, compró una hermosa cinta fucsia que usaría como diadema, porque también morirían las colitas como peinado oficial, ahora su cabellera rizada quedaría extendida, a la merced del viento, como la niña grande en la que estaba a punto de convertirse.
Entre el colegio, los dulces de media tarde, ser víctima de sus hermanas y el ritual diario de espera, el veinte de Abril llegó, y a las cinco en punto Maleja se sentó ataviada con su atuendo de adultez, sonriendo de oreja a oreja, los hoyuelos en sus mejillas se marcaban más que nunca y la felicidad que produce la esperanza de un mejor porvenir le brillaba en las pupilas.
Se sentía impaciente a la espera de sus nuevas amigas, para las que diseñó con sus propias manos, escarchadas y coloridas invitaciones en las que se aseguró de colocar “hora: 5:00pm. Lugar: sala de mi casa”, acompañado de un dibujo, que a sus ojos, resultaba ser la réplica exacta de la instancia, por ello, Maleja no comprendía la razón por la que el reloj acababa de marcar las 6:00 pm y la sala seguía vacía, a excepción de su tía Lucía que había llegado con el primo Albertico de un año en brazos, quien lloraba asustado luego que dos globos estallaran rompiendo el silencio. Pero, Maleja no borró la sonrisa, porque una vez escuchó decir a papá que las personas cuando comienzan a crecer adquieren malos hábitos como la impuntualidad, esa era una palabra que sí entendía, papá había dicho que era una práctica descortés, pero generalizada, así que, seguro esa era la explicación, se trataba de una ligera tardanza. No obstante, se hicieron las ocho y mamá dijo que la torta debía cortarse, entonces Maleja, con el corazón doliendo por primera vez, sopló las velas de su sexto cumpleaños, deseando no convertirse en una adulta jamás.






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