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La historia de un abuso

Un día cualquiera comencé a tener sueños repetitivos, un hombre desconocido me perseguía para violarme, lo sabía y huía con la desesperación en la garganta. Noche tras noche la escena se repetía como un bucle infernal, comencé a sentir miedo de dormir, lloraba y me aferraba a la almohada, imaginaba que era mi salvación, mi flotador.

Con el paso del tiempo, ya no soñaba lo mismo a diario, solo un par de veces en la semana, llegué a bloquear tanto la idea de soñar que aquella pesadilla se presentaba una o dos veces al mes y ya podía vivir con eso, el resto de los días, la noche se mantenía en negro.

Pasado un tiempo, se lo conté a la mamá de una muy buena amiga y ella me instó a indagar en mi infancia, mencionó que no era “normal” tener ese tipo de sueños y mucho menos cada noche. Así sembró en mí la duda y yo que no sé quedarme con ninguna pregunta flotando fui directo a donde mamá, quien de inmediato desbloqueo un recuerdo.

Durante mi niñez, una de mis amiguitas de colegio me confesó que un familiar la tocaba de forma inadecuada, en aquel entonces, era demasiado joven para entender que estaba frente a una situación de grandes dimensiones; a mi niña de ocho años solo le importó que su amiga estaba triste y ya no era la misma, entonces se lo conté a mi mamá y ella, de la manera más discreta posible se comunicó con las autoridades del colegio y un proceso de acompañamiento inició.

Como pasa cada día en decenas de situaciones similares, la mamá de mi amiga optó por sacarla del colegio, optó por hacer silencio y encubrir al agresor de su hija. Y yo, pues quedé llena de culpa, de los pies a la cabeza, con el peso de sentir que había traicionado a una amiga, el remordimiento me persiguió hasta estos días en los que pude entender que nunca fue nuestra culpa no saber cómo defendernos.

Me duele mirar atrás y ver a ese par de niñas susurrarse secretos que no deberían estar disponibles para su edad, me eriza la piel recordar aquellas lagrimas que vi correr y no entendí, lloro al pensar que ella no fue la única, que hoy, uno de cada cinco niños sigue siendo abusado.

Yo no he vuelto a soñar más desde que mamá me recordó aquella historia y las imágenes se hicieron vividas en mi memoria. Mi madre dijo lo que recordaba y mi cerebro puso en primerísimo plano todas las mañanas en que mi amiga llegó al colegio y me dijo al oído que otra vez había tenido que jugar a ser una adulta, vi nuevamente como el brillo de la inocencia se le escurría entre lágrimas y fue justo en ella que por primera vez miré de frente esa soledad que solo llega cuando descubres que nadie va a salvarte.

Las pesadillas desaparecieron, no obstante, me pregunto con frecuencia si estamos haciendo lo suficiente para acabar con ese “uno de cada cinco niños”, sin importar exactamente quién lo sufre, que esté pasando debería bastar para que blindemos a nuestros niños como nunca.

Hoy, después de casi 20 años sé que aquella situación también robó un poco de mi brillo, porque ninguna niña o niño debe ser expuesta de ninguna manera a la violencia de cualquier tipo.

Amiga, donde quiera que estés perdóname porque teníamos ocho años y no pudimos quemarlo todo.

ree


2 comentarios


Tremenda vivencia, no pude dejar de llorar al leerla.

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Elizabeth Ch. A.
Elizabeth Ch. A.
18 mar 2022
Contestando a

Muchas gracias por leerme 🥰 me emociona que te haya hecho sentir 💜

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