top of page

El camino después de la muerte

Una de las circunstancias a la que más me ha costado adaptarme es a la muerte, su inminencia en mi vida no comenzó a hacerse evidente sino hasta que estuve a unos cuantos años de los 30, para ese momento creía saber bastante acerca de perder, porque vaya que había aprendido a despojarme de cosas desde que recuerdo, mi realidad consistió siempre en no amar nada demasiado porque en cualquier momento esa misma realidad me lo quitaría u obligaría a deshacerme de ello.

Pero las abuelas existían desde siempre, para mis hermanos y para nuestros padres, entonces la vida decidió que ya habían estado demasiado y las extinguió, desde entonces el mundo no puede verse con el mismo brillo, desde entonces mi vida se empañó un poco, fueron varias etapas, varios dolores.

El primer dolor es el saber que no volverán, que se fueron casi juntas y su voz ya no resonará ni como principal, ni como coro, ni siquiera como eco, que sus ojos no regresarán a proyectar ninguna de sus tantas miradas, que la mayoría de sus manías se fueron con ellas, porque el tiempo, aunque inexistente, es tan injusto que, lentamente y sin que siquiera lo notemos nos va desdibujando lo que fueron.

La primera noche después del sepelio fue crucial, deseaba sacarles de esa arena fría en la que las habíamos dejado, pero esas ya no eran ellas y mi cerebro capaz de analizarlo todo, no estaba comprendiendo que aquello de la eternidad sí se cumpliría esta vez, que después de todo lo infinito sí existe y viene con sufrimiento.

Lo segundo, vino con la urgencia por evitar que alguien más me faltase, medí el peligro de la muerte desde su dolor y me invadió la inseguridad de sentir a quienes amo tan finitos, desde entonces pienso en las últimas palabras como algo que no me permitiré dejarle al azar. Así que procuro decir “te amo” con frecuencia, sintiéndolo siempre, procuro que mi voz sea suave y mi genio esté cargado de toda la paciencia posible, no siempre lo logro, pero intento que el perdón llegue a mí rápido y lo exteriorizo sin ponerme a pensar en lo que pesa mi orgullo, porque ¿si se trata de la última vez?

Hace unos días, recibí la noticia de un familiar enfermo, con diagnostico delicado, entonces tuve la sensación de que el tiempo no había pasado, que todavía estaba llorando a Beata y a Mine. La muerte nos obliga a comprender que la ausencia definitiva de quienes amamos es una herida que jamás podría cicatrizar, pienso que el día que deje de recordarlas con añoranza entonces ya no seré yo, porque querer volver a verlas siempre será parte de mí.

Es así como llegó la tercera etapa, ahora me siento vecina de la muerte, decirme obsesionada sería extremo, pero mi lente ve al mundo también desde la caída y no me importa tanto la mía como sufrir la de quienes me llenan los días, así que tengo sumo cuidado en lo que construimos y como no puedo suprimir la muerte, les doy todo el amor que poseo en vida.


40 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page